Hay encuentros que no hacen ruido,
pero mueven montañas por dentro.
Como el viento que baja del monte al atardecer,
como el murmullo de una fuente antigua que aún recuerda nuestros nombres.
Somos parte de una misma raíz,
retales de un linaje que camina descalzo
entre piedras y helechos.
Nos reconocemos en el fuego lento del cariño,
en esa forma de amar que no necesita palabras,
en el calor que se ofrece como refugio,
como abrazo que traspasa distancias,
como mirada que sostiene.
La vida nos regala momentos
donde el alma respira hondo:
caminatas que se vuelven rezo,
árboles que susurran memorias antiguas,
agua viva que limpia y despierta,
tiempo compartido que no se mide,
pero se siente.
Gracias por lo que no se dice,
por lo que simplemente es.
Por la fuerza de la tribu,
por el corazón abierto,
por el portal que une lo divino con la tierra húmeda de nuestras raíces.
Avalon aparece en las rendijas de lo cotidiano,
y la Rosa florece donde hay verdad.
Y sí… la Virgen nos espera
con el manto blanco que todo lo sostiene
Gracias por Ser
Gracias por estar
Seguimos caminando














