Vivimos en épocas de mucho ruido y de mucho caos.
Como si una sombra invisible
estuviera acelerando pensamientos destructivos,
empujándonos a reaccionar sin medida,
a herirnos con palabras,
a juzgar antes de comprender.
Y sin embargo, detrás de todo ese torbellino,
la vida sigue tejiendo un orden silencioso.
Aunque no lo veamos todavía,
todo encuentra su cauce,
como el río que, incluso cuando se desborda,
siempre busca el mar.
No estamos aquí para sobrevivir al caos,
sino para aprender a mirarlo de frente
sin convertirnos en él.
El verdadero desafío
no es cambiar lo que sucede afuera,
sino lo que germina dentro de nosotros.
Por eso es tiempo de detenernos,
aunque sea un instante,
y revisar lo que pensamos
antes de que se haga palabra,
revisar lo que sentimos
antes de que se vuelva acción.
Porque cada gesto
puede ser semilla de paz
o espina de dolor.
La sombra no es un enemigo,
sino un espejo.
Nos muestra con crudeza
lo que aún no hemos sanado,
lo que no queremos aceptar de nosotros mismos.
Y aunque duela,
también nos invita a crecer.
El caos es una maestra disfrazada:
golpea, sacude y rompe,
solo para que recordemos
que somos más fuertes de lo que creíamos.
El orden está llegando.
No con ruido,
sino con la suavidad de la claridad
que se abre paso.
Cada silencio que eliges
en vez de una reacción,
cada mirada compasiva que das
en vez de un juicio,
cada respiración consciente
es un ladrillo
en el puente hacia esa calma.
No olvides que no eres el torbellino:
eres el espacio inmenso que lo contiene.
Y en ese espacio
puedes elegir qué semillas plantar.
Elige sembrar calma, ternura, verdad.
Porque la vida, tarde o temprano,
florece en aquello que elegimos cultivar.





No lo olvides, No te olvides







