Hoy, el sol se detiene.
Respira.
Y en su pausa, la Tierra recuerda.
El día más largo del año no solo es un instante en el cielo.
Es un umbral.
Una puerta invisible que se abre para quien sabe mirar con los ojos del alma.
En tiempos antiguos, las sacerdotisas de Avalon encendían fuegos sobre las colinas, las tribus de Lemuria se reunían en círculo, y los reinos sutiles —hadas, guías, memorias olvidadas— se acercaban al velo, más delgado que nunca.
El solsticio no es solo luz.
Es revelación.
Es la oportunidad de vernos sin sombras,
de abrazar el oro que somos,
aunque haya partes de nosotros
que aún duden de su brillo.
Este día no es solo una fecha.
Es una ofrenda.
A tu fuego interior,
a tu linaje de magia,
a esa voz suave que susurra desde lo más profundo:
has estado aquí antes,
y has venido a recordar.
Que el solsticio te encuentre presente.
Que te vacíe de lo que ya no es tuyo.
Y que en su luz, te recuerdes:
eterna, sagrada, poderosa.
No lo olvides, no te olvides
Cuando el sol se detiene, el alma recuerda
Siendo el instante en que la luz y la memoria se abrazan







