La Tierra vive un momento único. Está ascendiendo, vibrando en frecuencias más altas, como un latido que se expande hacia la luz. Y nosotros, parte inseparable de ella, ascendemos también. Pero este viaje no es automático: requiere que despertemos a la verdad de lo que somos y a la realidad que habitamos. No basta con flotar en la esperanza; es necesario anclarnos en la conciencia.
Mirar de frente lo que ocurre en nuestro mundo no es rendirse al miedo, sino abrir los ojos para poder actuar desde el amor. Cada acto consciente es una semilla que plantamos en el gran jardín de la vida. Y cada pensamiento, cada palabra, cada gesto, es el agua que nutre esa semilla.
A veces, la Tierra nos habla en susurros: en el canto del viento, en el rumor del mar, en el silencio de una noche estrellada. Nos recuerda que somos creadores, que cada uno lleva dentro un pedazo de eternidad capaz de transformar realidades. Pero para que esa transformación florezca, debemos cuidar nuestro interior con la misma devoción con la que cuidaríamos un pequeño brote.
Este es un llamado a elegir, cada día, sembrar amor en medio de cualquier circunstancia. A sostener la luz incluso cuando todo parezca oscuro. A recordar que tu vibración es parte del pulso del planeta, y que juntos tejemos el amanecer de un mundo nuevo. La Tierra está ascendiendo.
Y tú, ¿estás listo para ascender con ella?
Si no es ahora, ¿cuándo?
Si no es aquí, ¿dónde?
