Hay días en los que el cuerpo pesa más, como si algo dentro estuviera removiéndose con fuerza.
No es casualidad.
Las energías que llegan del sol están impactando profundamente nuestro sistema, atravesándonos con frecuencias que despiertan, que mueven, que incomodan.
Y en medio de todo ese movimiento, el cuerpo comienza a hablar.
Duele la cabeza, la espalda, los huesos.
Nos sentimos más sensibles, cansados, irritables.
El cuerpo físico se manifiesta para mostrarnos lo que aún no hemos querido ver. Lo que callamos, lo que no sentimos, lo que no nos damos.
Vivimos tan atrapados en la prisa, en la costumbre de sobrevivir, que hemos olvidado lo esencial: vinimos a amarnos.
Vinimos a la tierra a recordar que el amor empieza en uno mismo, y que cada vez que nos olvidamos, le damos poder al caos.
La energía planetaria de estos días está creando una apertura profunda.
Todo se intensifica porque es tiempo de atendernos, de escucharnos, de darnos el mimo que llevamos postergando.
No podemos seguir viviendo en incoherencia entre lo que sentimos, pensamos y hacemos.
Esa división interna enferma.
El cuerpo que grita lo que el alma ya no puede sostener en silencio.
Enferma el corazón que no se siente visto.
Enferma la emoción no expresada, el límite no puesto, el amor no recibido, el llanto escondido.
Pero hoy, más que nunca,
tenemos la oportunidad de regresar.
A la calma, a la verdad, a nosotros.
Si estás sintiendo el cuerpo más cargado, más dolido, más inquieto, no lo rechaces.
Es tu Ser pidiéndote presencia, cariño, descanso.
Es tu alma recordándote que no hay salto cuántico sin cuidado, que no hay evolución sin amor propio.
Este es un momento para elegirte.
Para sanar desde la raíz y habitar tu cuerpo como el templo sagrado que es.
Ámate ahora.
Escúchate.
Cuídate.
Y deja que tu corazón
marque el camino de regreso a ti.
No lo olvides, no te olvides.
Te acompañamos a tu reencuentro